El manicomio y la dulce ausencia de algoritmos

Solitude, the sweet absence of looks (Albert Einstein)

Antes de la revolución digital, la gente soñaba con 15 minutos de fama y estaba dispuesta al ridículo o al escándalo, para obtener la atención del público.  Fama que, por más efímera, duraba algo más que la de hoy, insostenible por más de 15 segundos, o lo que sea que dure una historia de Instagram.

He visto suceder cosas que encuentro tristes, como actrices con inmenso talento, o escritores, o bailarines que, borrachos de likes y productos gratis que les mandan las marcas que detentan tu “engagement” para que hagas “unboxing”, han caído en la pegajosa red del planeta influencer, despintando su esencia y los matices de su propia voz.

Admiro a las personas que saben manejar la exposición con equilibrio y elegancia.  Y confieso que no soy ajena a esta absurda vorágine donde la espuma se desvanece y deja un vacío urgente de volver a ser llenado con el siguiente contenido precoz y prescindible. Algoritmos tiranos que mutilan tu visibilidad si no estás en la cima, dejando a los más discretos desbarrancarse.  O sales varias veces al día a gritar cualquier banalidad (no importa qué, importa cuántas) o te haces cada día menos visible. Como dijo un amigo “no me conformo con ser un músico circunscrito a alimentar a un insaciable Tamagotchi”.

Por eso hoy mis ídolos son artistas que mandan todo a la porra para concentrarse en su obra.  Como Yayoi Kusama quien, cuando ya se había convertido en una artista famosa, escandalosa y aclamada por galeristas, periodistas y fanáticos, volvió a su país natal donde nadie la conocía y se encerró en un manicomio.

Vestida de lunares de colores, el pelo fucsia y la mirada fija en cosas que solo ella ve, trabaja sin parar, frenéticamente en su estudio de Tokio día a día, adonde cruza en su silla de ruedas, desde la clínica en la que decidió internarse hace más de cuarenta años, cansada, no de trabajar, sino de tener que lidiar con los daños colaterales de su éxito como artista.

Hoy tiene 92 años y sigue creando, como una pulsión que la mantiene viva, a pesar del trastorno obsesivo que se apodera de ella desde que era una niña. Con todo ese diluvio a cuestas Yayoi se ha mantenido como la artista más codiciada en los museos de todo el mundo y la que cotiza más alto en el mercado. Sin proponérselo. Millones de personas suelen hacer cola para tomarse selfies en sus cuartos de espejos, luces de colores, calabazas psicodélicas, redes y lunares.

Ella, la outsider, la forastera o excluida, se incluye en la escena del mundo a partir de su posición de exclusión. Y grita más que nadie, sin levantar la voz, pero dejándola salir con fuerza, en formas y colores de dimensiones infinitas, que invitan al juego, a la imaginación, y conectan de maravilla incluso con los niños. Como ellos, Yayoi no es recipiente de preguntas sesudas ni de algoritmos que se atrevan a esclavizarla.

Rechaza toda filiación artística con movimientos y corrientes de pensamiento, tanto previos como actuales. Kusama se resiste a todos los “ismos” y se mantiene fuera de la norma, independiente. No acepta ninguna etiqueta lapidaria, inmóvil, el arte es movimiento, es renacimiento, es contradicción. Y el suyo es único, ajeno a convenciones.

Glenn Scott Wright, amigo de Kusama y director de una galería de arte de relata que ella, más allá de trabajar en sus obras, no posee intereses o distracciones en su vida, ni amigos, familia, entretenimientos ni placeres.

Una encuesta realizada en el 2014 en museos de todo el mundo reveló a Yayoi Kusama como la artista favorita del planeta. La que más público atrae a sus exposiciones. Un fenómeno de multitudes que para el crítico de ‘The New York Times’ Jason Farago sería el equivalente artístico de los estrenos de ‘Star War’s. La artista de la peluca fucsia cuenta con un museo propio de cinco plantas en Tokio y una multitud de seguidores en todo el mundo. Pero ella no sabe cuántos son, ni quiénes, ni qué dicen de ella, está sumergida en su creación, el único escape que le dio la vida, el arte, el oasis en medio de un desierto infinito. Su cerebro sigue bombeando y ella se aísla y se encierra para continuar disparando colores desde su trinchera, ese manicomio japonés donde nadie sabe quién es ella, ni quiénes son ellos mismos.

Me pregunto: ¿cuántas «horas de fama» alcanzaría Kusama si se juntaran todas las historias de Instagram que publican sus seguidores, mientras ella trabaja, y se calla? 

Fascinante Kusama y apetecible, el manicomio.

Publicado por pamelardrgz

Autora/ Compositora/ Cantante

2 comentarios sobre “El manicomio y la dulce ausencia de algoritmos

  1. Tan cierto es lo que acabo de leer. Por razones personales cerré mis redes sociales por 1 año completo, y no podía creer que la gente ya no me miraba a la cara al hablar, en las cenas era imposible sostener un tema, sin tener que mostrarme algo de una pantalla.
    Al mismo tiempo me di cuenta, cuanta felicidad había perdido con los años, el poder ir a un concierto y tomar un par de fotos, pero siempre disfrutando al máximo, llorar, cantar, gritar, sentirme parte del artista.
    Durante un año fui libre, sin juicios, sin presiones, sin basura, ni miedo.

    Recordé como viví en mi niñez.

    Gracias Pamela por tan lindas palabras.

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    1. Qué buena experiencia la que compartes! También fantaseo con hacer eso, aunque poco a poco he encontrado maneras para hacer más sana mi relación con el mundo digital. Este blog es muy sanador para mi. Me permite compartir de una forma más auténtica, cercana y con la dulce ausencia de algoritmos! 🙂

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