Mi hija mayor tiene once años y, contra lo que imaginaba, hoy exige más de mí que cuando, recién nacida, me pedía comer cada dos horas. Nunca antes los niños han tenido tanto para entretenerse, pero aún así “estoy aburrida” es de las top 5 frases más escuchadas en casa cada semana. Me imagino que en muchas casas (con o sin niños).
Hace poco Lu me pidió una nueva mesa de noche. Fui a comprarla a Ikea, para que ella misma la arme, que la ilusión por tener su nueva mesa de noche fuera un motor para sumergirse en una actividad. Pensé que me la lanzaría por la cabeza, pero no: abrió caja, sacó manual, entendió con apertura que tenía delante su futura mesa de noche, un pequeño proyecto. Una ventana para crear.
Ella, que debe tener el récord Guinness a la niña que más ha dicho “mamá” en un día, desapareció por cuatro horas. Ni una sola demanda. Solo su playlist favorita sonando en el celular. Me asomé y estaba absorta. Me dijo que es difícil hacer un mueble sin herramientas, pero resolvió la carencia usando como martillo mi mortero para hacer pesto genovés y una herramienta de manicure para ajustar los tornillos pequeños. La felicité por su habilidad para “recursearse”, como decimos en Perú, y la dejé tranquila.
Ella estaba en el foco, en lo que los anglosajones llaman “the zone”.
Muchas personas piensan que es un estado elevado, solo alcanzable por artistas o creadores con experiencia. Y sí, puede que los artistas desarrollemos o tengamos un acceso más directo al foco porque, para hacer arte, habitas en él, es algo con lo que naces…
Pero te invito a recordar cómo se te pasaban las horas de niña, ya sea jugando a la carrera de tortugas, preparando una comida con plantas, simulando una obra de teatro, pintando un arcoíris. La inmersión en el foco era directa, sin escalas. Porque es parte de nuestra naturaleza, de nuestra esencia más primaria.
Un indicador de estar en el foco es perder la noción del tiempo. Cuando llamé a mi hija a cenar, me dijo que acababa de almorzar. Le dije que no, que habían pasado cinco horas. Sus ojos se abrieron como en los dibujos animados y me dijo, con alegría, “mira, ya está lista”. Estaba ilusionada, orgullosa, serena. Hermosa.
Y creo que eso es lo más valioso que podemos regalarnos: entrar en el foco, en la zona para crear, para construir algo, lo que sea, una pequeña mesa de noche, un poema, un mundo mejor. La creatividad te eleva por encima del vacío, del tedio, de las carencias, de la rabia, de la pena, te desintoxica y le da sentido a tu vida si, como mi hija, te has aburrido o ya te has visto «todo netflix”.
